A un mes de que termine el ciclo lectivo, las aulas siguen cerradas mientras se retoman todas las actividades. Las burbujas de revinculación no alcanzan.
En cualquier momento, cumpliremos con los tan trillados 180 días, pero de no clases. Y sí, paulatinamente todas las actividades comenzaron a reabrirse, salvo una: ¿la más importante?, ¿la esencial?, ¿la que marcará el futuro de dos generaciones?, ¿la que nos constituyó como nación?
Desde hace meses, y cada dos o tres semanas, nos enteramos de cómo a lo largo y ancho del territorio argentino las autoridades de cada jurisdicción van permitiendo o restringiendo diversas actividades. Ayer les tocó la apertura a los casinos de CABA, aunque ya se habían habilitado los existentes en otras ciudades. También se ha autorizado la apertura de teatros y la práctica de deportes. Todo esto según las normas de seguridad que declamamos ¨sin soplar ni repetir¨ desde hace tiempo.
Sin embargo, el caso de la vuelta a clases presenciales siguió cánones diferentes. Por meses, el ministro de Educación nacional tuvo la potestad de decidir si era posible o no regresar a las aulas. En algunas provincias, el retorno fue posible, aunque de forma muy limitada; en otras, la negativa fue sostenida, a pesar de que los servicios educativos son responsabilidad de cada jurisdicción, que a la vez tiene a cargo la salud de sus ciudadanos. A veces, los números ilustran más que las palabras o las imágenes: a nivel nacional, cerca de 1,5 millones de estudiantes argentinos de los distintos niveles educativos se verían desvinculados de la escuela.
Desde hace pocos días, ha comenzado un proceso de revinculación que, dicho sea de paso, había comenzado mucho tiempo atrás en las plazas, los clubes, los potreros y la mismísima calle. ¿A quién se le pudo ocurrir que niñas, niños y adolescentes no se iban a vincular durante ocho, sí, ocho meses? Pasamos de “whatsappearnos” o “zoomearnos” con nuestros estudiantes a “burbujear” con ellos.
Nada más retorcido, poco productivo y complejo de organizar que “burbujear”. Porque seamos honestos, “burbujear” no sirve de mucho; sobre todo, si perdiste más de 30 semanas de clase. Por otro lado, ¿cuánto tiempo burbujeás a la semana? Una o dos veces. Así es: cada docente solo puede burbujear con 1 sola burbuja. ¿Y cuánto tiempo burbujea cada burbuja? Entre una y una hora y media. Es decir, cada pibe va a la escuela poco y nada. ¿Y a qué va? ¿A aprender matemática, lengua, historia, física, filosofía? No, solo va a revincularse.
Paremos el juego. Recapacitemos un rato. Dejemos fuera por unos instantes los intereses sectoriales, corporativos o partidarios y pensemos en nuestros chicos y su derecho a aprender. Tomemos los mismos estándares que se usan para diseñar los protocolos de la inmensa mayoría de las actividades esenciales y no esenciales, y elaboremos uno sobre la base de la experiencia de quienes desafortunadamente padecen esta pandemia antes que nosotros, adecuándolos a nuestra realidad. ¿O acaso en las fábricas, los supermercados, los trenes, los teatros o incluso los casinos se burbujea? Dejemos atrás la inanición en la que esta pandemia nos ha imbuido y que un semáforo -que muy probablemente no se ponga verde por mucho tiempo- no siga profundizando el desastre educativo del que somos testigos pasivos.
Según se sabe, las salas de juego podrán operar en un 30% de su capacidad y cada dos horas deberán desalojar los ambientes para sanitizar el lugar y renovar el aire. Nadie consideró, por caso, que cada empleado del casino tuviera a cargo 9 adultos en una burbuja. ¿Se imaginan si a un grupo se le ocurre jugar con las maquinitas y a otro a la ruleta o el blackjack?
Pues bien, podríamos proceder de forma similar con aquellos espacios en los cuales hay que establecer aforos. En el caso de la escuela -sobre todo con el nivel inicial y el primario donde los maestros están la semana entera con cada grupo-, cada docente podría ocuparse de aproximadamente el 30% de su grupo (en la mayoría de los países del hemisferio norte se hizo con el 50% del aula) durante toda una jornada o en dos o tres media jornada. ¿Para qué? Para enseñarles matemática, lengua, historia, geografía o biología. Porque, además de aprender, seguro se van a re-contra-re-vincular.
Para ello, es necesario que las escuelas estén equipadas y en condiciones edilicias. Aulas ventiladas, limpias y con un dispenser de alcohol en gel, baños en apropiadas condiciones, con agua y jabón, termómetros láser, alfombras sanitizantes, entre otros elementos. Ya han pasado ocho meses, ¿será que estas condiciones se cumplen debidamente en todos nuestros colegios?
Necesitamos que las escuelas reabran para que los docentes podamos enseñar y que nuestros estudiantes puedan aprender. De lo contrario, la brecha educativa no será una disputa entre quienes aprenden más y quienes aprenden menos por diversas razones, porque presenciaremos el mayor default educativo de nuestra historia.
Por Gustavo Zorzoli. Ex rector del Colegio Nacional de Buenos Aires y Director de la Escuela de Formación en Ciencias