En este paraje la educación virtual no es una opción porque los chicos no tienen luz ni Internet en sus casas.
La vocación no sabe de sacrificio. El ayudar no entiende de excusas. Y el enseñar sabe por sobre todas las cosas de entrega. Con estas premisas vive María Eugenia, una maestra que da clases en la escuela Fray Bartolomé de las Casas en el paraje “Sala Esculla” de Salta.
Hace más de 20 años que es docente. Y este es el primer colegio “rancho” en el que trabajó apenas se recibió. Cuando llegó no había agua ni luz, y los alumnos eran pocos. A pesar de las contingencias, supo darle a esos chicos educación y, por sobre todo, amor. Hasta que un día, como ella era suplente, fue reemplazada por otra maestra y la enviaron a Salta capital.
Trabajó en escuelas privadas y públicas, pero su corazón quedó eclipsado por el paisaje y pidió volver. Así, entre cerros, montañas y precipicios le da clase a 11 alumnos de entre cuatro y 11 años. Ellos son sus “hijos del viento” que viven en la escuela a la que no es fácil llegar.
En 2019 llegó con el cargo de directora y se reparte entre la sede y el anexo de la institución. Para ir de un lugar a otro camina cinco horas, pero esto no es impedimento para esta mujer que se define como aventurera.
“Para llegar al paraje me tuve que tomar varios micros porque como el lugar no es muy conocido me equivoqué varias veces de parada. Venía recién recibida y como toda chica de capital iba con muchos bolsos y zapatos de taco alto, sin saber que todo eso que traía no iba a poder usarlo. Estuve un tiempo y me tuve que ir, pero siempre supe que volvería”, contó.
A lo largo de los años, la escuela cambió mucho. Tiene más alumnos, la luz es alimentada por paneles solares, cuenta con un teléfono satelital y hay una cocina en donde le preparan la comida a los chicos. El gran problema sigue siendo el agua. “Sale de una vertiente del cerro y llega a la escuela a través de una manguera de 2000 metros. Como tampoco tenemos gas, calentamos todo en fogones. Inclusive los chicos, como no hay duchas, se bañan con tachitos”.
A pesar de las necesidades, los cinco maestros se las ingenian para brindarles a los alumnos la mejor educación. Dan clases de inglés, educación física y artística. Cuando el clima lo permite, juegan al aire libre casi rozando las nubes de algodón. “Ellos son felices y nosotros también. Verlos reír es un regalo para nosotros”, afirmó a el Portal Periodismo Ciudadano.
“Las clases virtuales no existen”
En este paraje la educación virtual no es una opción porque los chicos no tienen luz ni Internet en sus casas. “El año pasado que no hubo clases fue un año perdido. Por eso este 2021 no podemos perder ni un día. Es más, el lunes que es feriado, los alumnos van a venir a la escuela como siempre, y el fin de semana volverán a sus hogares”, detalló.
Por eso, para ella el contacto con los maestros es fundamental. En sus casas no aprenden. Sus papás no les pueden dedicar tiempo y ayudarlos en la tareas, porque están todo el día trabajando en el cuidado de las ovejas y la siembra. “Nosotros no podemos darnos el lujo de no venir. Tenemos que estar porque los chicos nos necesitan”.
La escuela se rige por un calendario regional y dicta clases hasta fines de noviembre para recuperar los días que los chicos pierden por las inclemencias del clima. En los próximos meses el tiempo desmejora, hay muchas lluvias y aludes y por eso no pueden llegar a la escuela..
A pesar de que el covid no llegó al paraje, hay maestros vacunados. Los demás están esperando que los convoquen para darse el suero.
María Eugenia tiene 50 años y cuatro hijos varones a los que ve muy poco. Ir a visitarlos es toda una odisea, porque tiene que viajar unas 16 horas. Hasta llegar al micro que la lleve a la capital provincial tienen que caminar mucho y hasta dormir bajo las estrellas en distintos puestos. Por eso es fundamental la construcción de un camino carretero, pero hasta que su pedido sea escuchado, ella camina al borde del precipicio para ver a su familia.
Sufrió algunos accidentes y en uno de ellos se quebró la muñeca. En otro viaje que hacía a caballo, cayó un bloque de hielo, el animal se asustó y la tiró al piso. A pesar de poner en peligro su vida, esta mujer no baja los brazos.
En algunos años le llegará la jubilación y ella decidió seguir haciendo patria a casi 3000 metros de altura hasta que llegue ese día. Porque para María Eugenia enseñar es un valor muy preciado, lo supo cuando decidió ser maestra.