Es difícil ser político en esta campaña electoral en un país en el que la categoría “político” recoge el 75 por ciento de rechazo de la sociedad. Pero la campaña de cara a las elecciones 2023 ya empezó, y el domingo de la semana que viene se inaugura oficialmente la temporada electoral con primarias en la provincia de La Pampa.
Cada dos semanas nos iremos enterando de cómo oficialismo y oposición se estarán midiendo en alguna parte del país: casi todas las provincias gobernadas por el peronismo decidieron tomar la mayor distancia posible de la mala imagen del gobierno nacional y adelantan sus contiendas locales para evitar el incómodo debate por el fracaso económico del gobierno de Alberto Fernández.
Los desafíos que presentan para los políticos estas elecciones son inéditos: el electorado está pidiendo “cambio” a gritos. Según la última encuesta de Zuban-Córdoba, el 77 por ciento cree que hace falta un cambio de gobierno.
La mesa parece estar servida para la principal oposición de Juntos por el Cambio, que hasta lleva el “cambio” en el nombre. Sin embargo, las mismas encuestas indican que los “cambiemitas” también deberán superar desafíos para los que hoy no tienen respuesta.
Zuban-Córdoba está midiendo un empate técnico en 30 por ciento entre el oficialismo peronista y la oposición. Los libertarios de Javier Milei les quitan más del 17 por ciento a los opositores que fueron oficialismo hace más de tres años: sin Milei, los de Juntos por el Cambio podrían ganarle cómodo al peronismo en primera vuelta.
Para su colega Federico González, de FGA, Juntos por el Cambio estaría un “pelito” arriba -32 a 28- con los de Milei en 18 por ciento y un “peronismo no kirchnerista” -que habrá que ver si esta vez juega- con menos de 4 puntos de intención de voto y empatando con la izquierda.
Este panorama es complejo para todos. Los pronósticos no solo muestran que el peronismo probablemente pierda, sino que la coalición que llevó en 2015 a Mauricio Macri al poder también perdió mucho de su brillo después de la decepción con el gobierno del ingeniero.
La incógnita seguirá en Juntos durante meses, hasta que en el duelo final de las PASO de agosto queden en pie los “halcones” de Patricia Bullrich o las “palomas” de Horacio Rodríguez Larreta. Lo más probable hoy es que Mauricio Macri al final no compita: su imagen negativa se resiste a bajar del 60 por ciento desde que perdió en 2019.
Pero, mientras tanto, el expresidente obliga a Bullrich y a Rodríguez Larreta a taparse la boca y no largar prenda de qué propuestas tendrían para asegurarle a su potencial electorado que esta vez su gestión no será una nueva pausa para que después vuelva el kirchnerismo. Por esa lógica, “Patricia” y “Horacio” prefieren callarse. Cualquier propuesta superadora de la gestión anterior de Cambiemos significaría humillar a “Mauricio” justo cuando buscan su bendición o, como mínimo, que no juegue para el otro.
El pope del PRO hizo peregrinar tanto a Bullrich como a Rodríguez Larreta a su santuario en el exclusivo country patagónico de Cumelén, en Villa La Angostura. En algún momento, antes de las PASO, deberán “matar al padre” para poder ganar ofreciéndole al electorado por lo menos la idea de que esta vez hay un plan y que cuentan con los medios para ejecutarlo.
En esto están pensando sus equipos de asesores, pero tienen en mente que todos los políticos en los casi 40 años de democracia prometieron llegar al poder sabiendo qué y cómo hacerlo, y casi siempre fracasaron: hoy el PBI per cápita de los argentinos está en el mismo valor nominal que hace un cuarto de siglo. En el mismo lapso, nuestros vecinos duplicaron o triplicaron los ingresos de sus habitantes: ahí está el principal origen de ese 75 por ciento que siente desprecio hacia la categoría “políticos” y que está aprovechando bastante bien el economista Javier Milei.
El desafío es enorme porque hasta ahora todos los intentos de cambiar el país fracasaron ante un sindicalismo y un sistema de provincias feudales que logró oponerse a cualquier innovación.
El mejor ejemplo de la incapacidad de la política para destrabar el país lo dieron los diversos intentos frustrados de reformar el sistema laboral para que no sea el estado el principal empleador en el mercado de trabajo y deje de ser esa máquina de generar déficit fiscal financiado con inflación.
Alfonsín, De la Rúa y Mauricio Macri trataron de hacerlo sin plantearlo antes claramente al electorado en sus respectivas campañas electorales por miedo a ser “impopulares”. No se tuvieron fe, no creyeron que la gente entiende cuando se le explica, por ejemplo, que ninguno de los afortunados empleados formales en relación de dependencia perdería sus derechos, sino que se facilitaría la incorporación al trabajo formal de las mayorías que están en negro, sin cobertura de salud ni jubilación.
Después lo intentaron por sorpresa, sin ese “mandato” que les hubiese dado haber planteado las reformas durante la campaña, y así les fue: la clave era ganar primero y después aplicar el clásico “vamos viendo”.
Juntos por el Cambio podría gozar a partir de las próximas elecciones de un buen punto de partida que no tuvieron los anteriores gobiernos no peronistas en la democracia: mayoría en la Cámara de Diputados y un Senado sin quórum propio del peronismo.
Pero aún con esa ventaja relativa, imponer reformas en un país tan resistente a la innovación será un desafío mayúsculo. El mejor ejemplo lo dieron los intentos por habilitar la explotación de la minería en Mendoza, en 2019, y Chubut, en 2021: peronistas y radicales lograron el “milagro” y se pusieron de acuerdo en sendas legislaturas para habilitar la actividad minera. Pero la protesta violenta de los activistas los hizo dar marcha atrás. Ni el gobernador radical cuyano Rodolfo Suárez ni el massista chubutense Mariano Arcioni lo habían planteado antes en sus respectivas campañas, y el activismo se aprovechó de una opinión pública desinformada y atemorizada: no tenían “mandato”.
Por eso en esta campaña el clásico “ganamos y después vamos viendo” está en jaque: Milei se acerca al 20 por ciento de intención de voto proponiendo reformas radicales de la economía y, desde el punto de vista teórico, está conectando mejor con ese 77 por ciento que quiere cambio.
Juntos por el Cambio viene teniendo la suerte de que el libertario no crece más porque él mismo se encarga de generar suficientes dudas de qué tipo de capacidad de gobierno ofrece. El mejor ejemplo es que el domingo de la semana que viene, cuando se inaugure el calendario electoral 2023 con las PASO de La Pampa, Milei no estará representado por ningún candidato. Ese domingo el economista despeinado ofrecerá el “walkover” a la “casta” política poniendo en evidencia que lo único que tiene Milei es a Milei.
Para gobernar un país hace falta mucho más. El libertario, si aspira a crecer y dar el batacazo en las primarias nacionales de agosto captando un voto bronca que está latente en el electorado, tiene el desafío de que en las elecciones provinciales que siguen no repetirá el “default” de La Pampa. ¿Aprovechará la popularidad de su “franquicia” para encumbrar a gladiadores locales que le aguanten los trapos? Panorama poco probable.
Peor es el desafío del kirchnerismo al lado de los problemas de los opositores. Además de haber perdido casi la mitad de los votantes que lo devolvió al poder en 2019, tiene a su candidata estelar autoproscripta: Cristina Kirchner, el mismo día en que se conoció su condena a seis años de cárcel por corrupción dijo con toda vehemencia: “No voy a ser candidata a nada”. Después se arrepintió y aclaró que, en realidad, no podía ser candidata porque la proscribieron desde la Justicia. No es cierto, porque su condena no está firme, pero es improbable que ahora quiera desmentirse a sí misma demostrando que mintió dos veces: cuando dijo que no iba a ser candidata y cuando después dijo que la habían proscripto.
El segundo candidato que mejor mide del kirchnerismo es el ministro de Economía Sergio Massa, que dijo como mínimo tres veces que un ministro de Economía en funciones no debe ser candidato.
Queda claro que Massa no se tiene mucha fe en que logre su ansiado objetivo de bajar la inflación a menos de 3 por ciento mensual a partir de abril.
El tercero es el propio presidente Alberto Fernández, que todavía pareciera animarse a dar pelea, aún cosechando la tercera parte de la preferencia de los cristinistas y la mitad de los massistas dentro del peronismo: paupérrimas expectativas como para sacar pecho como potencial candidato del peronismo.
Todos ellos tienen un desafío insuperable: cómo podrían prometer con un mínimo de credibilidad hacer otra cosa de la que ya están haciendo en el gobierno ahora para captar a ese 77 por ciento que quiere cambio y, encima, está enojado con los políticos.
Macri ya lo demostró en 2019: cuando un presidente fracasa, el mejor negocio es dejarle el lugar a otro que compita antes que incinerarse con el “default” electoral.