Argentina tiene una singularidad con respecto a otros países rescatados por el FMI: un sector de bienes transables que es el sostén determinante de su actividad económica, marca el ritmo de crecimiento económico, la capacidad de pago de su deuda, la estabilidad cambiaria y hasta el ciclo político. Esta cualidad nos permite proyectar que al menos hasta el otoño de 2021 no tendremos problemas estructurales, ni económicos ni políticos (a pesar de las elecciones de 2019) siendo la prueba de fuego el próximo fenómeno climático que podría afectar a la Argentina, una sequía.
La sequía es la única variable de riesgo para Argentina. Fue determinante en cada crisis desde que se tiene registro. Un ejemplo fueron las últimas tres recesiones importantes con caídas mayores al 5%, 2000-2001, 2008-2009, 2017-2018. Esto no es comprendido por los inversores del exterior. El sector primario y la industria que lo complementa, es capaz de suavizar crisis políticas y dar impulso a modelos económicos anti-mercado. Por tal motivo no creemos que una derrota de Mauricio Macri en 2019 cree un problema para 2020, especialmente porque el fenómeno El Niño se extenderá al menos hasta el verano austral del 2020, teniendo probabilidad de impacto recién en el otoño-invierno de 2021 en la economía.
Pero para 2021, Argentina tendrá con precios del petróleo Brent de US$ 50 y un escenario base muy conservador de inversiones un superávit energético entorno a US$ 4.500 millones vs. un déficit actual de US$ 2.800 millones. Esto sumado a la auditoría permanente del FMI al menos hasta 2026, que nos permitiría tener fuertes restricciones para el gasto discrecional, un espacio para crecer sin sobre actuar con gasto público, que haría inestable el crecimiento.
Que el FMI desembolse más del 65% de los 55bn de dólares antes de que Macri deje la Casa de Gobierno, da espacio para una auditoría por al menos 5 años desde 2019. Esto daría una base institucional lo suficientemente amplia hasta las elecciones de 2023.
La producción cerealera y de oleaginosas resultó ser determinante desde los años ’60 (que se toma como registro inicial) para estimar el crecimiento económico. La relación es tan estrecha que se puede estimar con un estimador muy sólido el crecimiento con el dato de toneladas producidas. Si esperamos que La Niña vuelva en 2021 podríamos tener al menos dos años de crecimiento sólido, especialmente desde el segundo semestre de 2019 hasta el primer semestre de 2021, con un crecimiento estable entorno al 3.5%, que podría ser más si se suma el impacto de Vaca Muerta y la baja del riesgo soberano.
Los inversores del exterior deben observar en Argentina tanto el clima como el desempeño de inversiones en el sector petrolero, dado que ahí se encuentra el “cisne negro” de la historia Argentina y su capacidad de reformular su futuro. Si Vaca Muerta logra producir lo esperado por el sector privado para 2025 y el sector agrícola adjunta 6 millones de toneladas por año, un escenario base conservador, Argentina podría crecer los próximos 6 años a un promedio de 3.5% base, haciendo muy viable que Argentina sea el mejor mercado emergente de la próxima década
-Desde 1960 la relación cosechas PBI ha sido muy estrecha, pudiéndose anticipar el PBI del año con el dato estimado de producción total.
-Los Dólares que genera el campo no impactan en el 5% del PBI sino el 30% si se incluye industria y el 55% si se incluyen servicios vinculados al campo e industria.
-La elasticidad entre el PBI y la producción agrícola primaria es más fuerte cuanta más movilidad de Capital hay. A menor movilidad pierde sensibilidad pero más probable es que existan situaciones de brecha cambiaria o inflación alta.
-En función de esta relación de largo plazo se puede estimar un aproximado del PBI hasta 2023 si la producción agrícola crece a una cantidad constante de 6 millones de toneladas anuales. De darse este escenario el campo podría asegurarle a la Argentina un piso de 2.9% anual de crecimiento. Pero esto carece de sentido riguroso dado que la producción depende estrechamente de situaciones climáticas para mantenerse estable y su crecimiento de precios internacionales, como también de tecnología y nivel de impuestos. Pero si suponemos un ciclo El Niño similar al de 2012-2017, pero sin Cepo cambiario ni restricciones de capital, es probable que veamos una contribución altamente positiva del sector agrícola a la Economía, que en ese periodo ayudó a mantener estable el PBI pese a las restricciones de capital que afectaron los ritmos de inversión privada bruta.
- Si El Niño se mantiene con las anomalías actuales el PBI podría crecer como Piso el año que viene al menos 3,5% promedio, con un fuerte repunte a partir del Q3 y Q4 de 2019. Es probable ver picos del Estimador Mensual de Actividad Económica de hasta 8% para las elecciones.
- Esto tiene en cuenta un riesgo soberano de 600 bps (actual) la otra variable clave del PBI. Si baja el riesgo soberano sumará unos puntos extras al crecimiento.
- Si riesgo soberano baja hasta 500bps por recompra de dólares del tesoro que evitaría recurrir al FMI en las cuotas de finales de 2019, PBI podría crecer hasta 4,4% porque cada 100bps que baja el riesgo país se adjunta 0,9% al PBI.
El campo: quien define el ciclo argentino
No es la política la que define el ciclo económico, sino los eventos climáticos. La política solo pone palos en la rueda en el ciclo, quitándole impulso a las buenas épocas y contribuyendo a las crisis en las malas.
Desde los años ’50, cada crisis política en Argentina estuvo vinculada al fenómeno La Niña, en todas hubo sequías que afectaron gravemente la producción agropecuaria y así la liquidación de divisas en una economía altamente dolarizada. Por eso creemos que si se da el escenario de un cambio de signo político en 2019, no creemos que tenga un impacto determinante en 2020, más allá de quitarle impulso al crecimiento.
Importante: En 2019 y 2020 las dos variables claves para el FMI nos coloca en una posición similar a Perú y Chile en desequilibrio fiscal y de cuentas con el exterior.
El gráfico muestra la situación económica de cada país emergente con las dos cuentas más importantes que los inversores suelen analizar: déficit fiscal financiero (primario más intereses) y cuenta corriente. Claramente se ve que a finales de 2017 Argentina era uno de los países con desequilibrios macroeconómicos más graves al tener todavía un elevado déficit fiscal y una cuenta corriente fuertemente negativa.
La aceleración de la reducción del déficit fiscal más la fuerte depreciación del peso durante 2018 permitiría converger a una situación macro mucho más sólida hacia 2020, con una cuenta corriente levemente positiva y un déficit fiscal cercano al 2% del PBI. En este escenario, ceteris paribus los demás países, Argentina quedaría como uno de los países mejor posicionado de emergentes. Al igual que nuestro país, otros países se encontraban fuertemente desequilibrados y han sufrido correcciones, como Turquía o Brasil, mientras que otros de momento han aguantado sin mayores turbulencias y pueden ser candidatos a correcciones como Egipto, Pakistán o la India -según publica Urgente 24-.