anar de cualquier forma no sirve», dijo Javier Mascherano. Acertado Jefecito que en el estreno logró lo que se necesitaba: ganar con aprendizaje incluido. Argentina debutó en el Mundial, en su “otra oportunidad”, con una victoria ante un Uzbekistán incómodo que capitalizó el déficit más grande que tuvo la Selección: la necesidad de entender el libreto con poco ensayo y con un estadio luciendo un taquillero sold out.
Ganó, Argentina, como tanto lo necesitaba. Se comprendió en algún punto por qué Mascherano habló en la previa de la necesidad de despojarse de la “tensión”. A la Selección le costó ser un equipo contra un rival que lo es y hace rato. Uzbekistán, campeón de Asia, respeta un estilo e interpreta un juego cohesionado mientras que la Argentina no sólo sale al campo con la responsabilidad del local, sino con un pasado -léase, el traspié del Sudamericano- que quizás aún no esté pisado.
Pero ante todo, criterio: es tan cierto que Gomes Gerth reaccionó tarde y flojo en el 0-1 o que Valentín Gómez habilitó a Mahamadjonov como que se trata de una defensa con menos de una semana de trabajo conjunto y que entonces padeció por la banda diestra. Falta de ritmo que no se compensa con amistosos sino con minutos oficiales. Con la confianza que brinda el rodaje. Lógica que aplica también a un tándem medular -Tanlongo & Perrone- poco afinado.
En ese sentido, los que mejor supieron -y pudieron- adaptarse al contexto fueron precisamente los que están vigorizados por su presencia en cancha en sus clubes. Y en ese arranque sinuoso se mostraron seguros Valentín Barco, un atrevidísimo Brian Aguirre para la finta y el tiro cruzado y un punzante y activo Alejo Véliz, oportunista y goleador.
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Pero Mascherano también le acertó al horóscopo cuando teorizó que lo mejor de un chico se ve cuando se puede soltar en cancha. Y Argentina lo hizo en el momento más difícil: en la adversidad con su inesperado replay.
Porque la Selección pasó de disfrutar la combinación Giay-Véliz para el empate -un cabezazo que Boymurodov Otabek quiso despejar y terminó metiendo- a padecer por una jugada finísima en la que el lateral de San Lorenzo le birló la pelota a un rival. Quite que el francés François Letexier fue penal.
El fallo que en la revisión -celebrada en su anuncio público- se revirtió y que empujó. Dio una confianza que Carboni aprovechó para demostrar la jerarquía que lo lleva a ser uno de los juveniles que más sorprendió: slalom, bombazo y 2-1 para aliviar la angustia que generaba un arranque con potencial derrota. Vade retro. Y juego. Que se mejoró en el segundo tiempo, con Redondo y Luka Romero mucho más presentes en el centro del campo pero también para la recuperación: el aguante no deja de ser parte de la resiliencia.
Argentina ganó porque convirtió, porque aguantó, porque peleó. Porque entendió. Porque aprendió que es capaz de hacerlo. Soltándose. Creyendo en sí misma. Mascherano pidió que a la hora de la verdad no debían traicionarse, que tenían que ser ellos mismos. Se consiguió más en espíritu que en juego. Y esa fue otra victoria.