Antes de que sea tarde

Los debates que agitan al Gobierno cuando discuten a puertas cerradas, mientras el dólar vuela y provoca un mar de dudas. En las últimas semanas, entre los funcionarios más cercanos al presidente Alberto Fernández, circuló un…

domingo 18/10/2020 - 14:43
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Los debates que agitan al Gobierno cuando discuten a puertas cerradas, mientras el dólar vuela y provoca un mar de dudas.

En las últimas semanas, entre los funcionarios más cercanos al presidente Alberto Fernández, circuló un artículo muy crítico al funcionamiento del Gobierno, escrito por un intelectual que militó en el kirchnerismo y aún pertenece a ese espacio. Se trata de un texto que resultará agresivo para algunos sectores del Frente de Todos porque, en su planteo central, sostiene la necesidad de una política agresiva de reconciliación del Gobierno con el sector privado. Pese a ello, ha tenido una sensible influencia en altos niveles del Gobierno y permite entender, en alguna medida, los gestos que el presidente Alberto Fernández ha dirigido hacia los empresarios en los últimos días.

Algunas de las frases que contiene el texto alcanzan para explicar el carácter polémico que ese trabajo puede tener para el pensamiento clásico del kirchnerismo.

Allí se puede leer, por ejemplo:

-«Si no generamos el clima para que el sector privado invierta en el país y no generamos incentivos para que esa inversión genere trabajo genuino, el Estado se va a transformar en una ambulancia del desastre social post-pandemia«.

En el contexto actual, no hay política más distributiva que la generación de trabajo genuino. El trabajo que se genera con la inversión privada. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Cualquier política, que, en este contexto dramático, desaliente la inversión privada (o aliente la desinversión), es una mala noticia, una mala lectura de la realidad, una política desacertada».

-«Decía Deng Xiaoping, el líder de la capitalización que marcó el comienzo del ascenso internacional chino: “No importa que el gato sea blanco o negro, sino que cace ratones”.

El texto fue escrito por el sociólogo cordobés Federico Zapata, un intelectual que originalmente militó en la izquierda y luego en el kirchnerismo. Fue publicado, además, por Panamá Revista, el sitio digital que dirige desde hace casi una década Martín Rodríguez, uno de los ensayistas más talentosos del peronismo.

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Zapata arranca la nota con la descripción de una dinámica que, según su visión, perjudica al Gobierno.

-«El Gobierno funciona como un esquema de pujas y vetos cruzados, con una agenda minimalista, muchas veces en pugna, y un liderazgo más enfocado en administrar tensiones internas que en conducir y transformar».

-«El Gobierno necesita resolver la cadena de mandos. El Estado no puede ser un campo de batalla de las facciones de una coalición, porque ese juego balcaniza la capacidad gubernamental, aislando a la coalición de la sociedad. Una especie de endogamia gubernamental: la agenda es la coalición».

-«La culpa no es de las facciones ni de su poder relativo. Ninguna facción política se va a desempoderar. El déficit es la dificultad del pináculo para constituirse y ejercer el poder político».

-«Así como la colonización privada del Estado durante el macrismo generó problemas de interacción con la realidad, el aislacionismo público respecto del sector privado puede conducir al mismo callejón sin salida: sesgos cognitivos. Es importante construir una autonomía relativa, donde las decisiones públicas incorporen el conocimiento que aporta el mercado y la economía real. Hay que salir de las lógicas binarias: mercado sin Estado, Estado sin mercado. Necesitamos un esquema colaborativo permanente entre sector público y privado. El poder reside en edificar una relación virtuosa entre Estado y Mercado, no en la ausencia de esa relación«.

Federico Zapata sostiene que el Gobierno está atravesado por una discusión ideológica profunda. Por un lado, describe, “están quienes consideran que el peronismo debe ser un gestor eficiente del capitalismo, un motor de incorporación de ciencia, tecnología e innovación a nuestro entramado productivo, y en paralelo, un garante de servicios públicos de alta calidad (salud, educación, seguridad, vivienda, infraestructura y justicia) que faciliten la (re) emergencia de una clase trabajadora próspera”.

Pero, por el otro lado, “están quienes consideran que el peronismo debe transformarse en una cruzada de clase contra el capital, vía una agenda revisionista que reduzca la importancia relativa del sector privado en la Argentina, recupere el rol “empresarial” del Estado e implemente un programa redistributivo. El antagonismo como método de gobierno”.

Zapata plantea que no hay lugar hoy en la Argentina para un programa redistributivo. “El momento histórico actual se parece más a la Argentina post Alfonsín (1989) que a la Argentina post Nestor Kirchner (2007). El país viene de 10 años de estresar al capital nacional, vía inestabilidad macroeconómica, presión tributaria, cambio en las reglas del juego, falta de crecimiento, e inflación. El corolario de este estrés se llama desinversión, destrucción de capacidades productivas y falta de generación de empleo privado”.

En las últimas semanas, el gobierno de Alberto Fernández parece inclinarse en la dirección que marca ese texto. La muy simbólica asistencia al coloquio de Idea, las reuniones con el Consejo Agropecuario Argentino, el relanzamiento del plan Gas, con subsidios multimillonarios a las empresas de Vaca Muerta e, incluso, el voto de condena a las violaciones de los derechos humanos en Venezuela, expresan una agenda donde aparece con claridad un intento de acercamiento al sector privado. Sin embargo, en ese recorrido, enfrenta tres problemas serios.

Alberto Fernández y Cristina Kirchner (AFP)

Alberto Fernández y Cristina Kirchner (AFP)

El primero de ellos es la propia composición del Frente de Todos. El 9 de Julio, durante un acto en Olivos con empresarios, Alberto Fernández insinuó la posibilidad de iniciar ese recorrido. La reacción fue brutal e incluyó a Cristina Kirchner, su vicepresidenta. No pasa un día sin que aparezca una declaración de Leopoldo Moreau, o de Hebe de Bonafini, o de Mempo Giardinelli, o de Alicia Castro, o de Carlos Raimundi, o de Dady Brieva, que conspire contra cualquier esfuerzo de moderación. O un pedido de juicio político a Carlos Rosenkrantz, o un NODIO, o una ruptura virulenta con la oposición más moderada. Si existiera una vocación real desde la Casa Rosada por liderar un proceso distinto, le resultará difícil ordenar a la tropa propia, demasiado acostumbrada a batallas épicas y conmovedoras y a referentes que ubican la agitación como primera prioridad.

El segundo de los problemas es el interlocutor. Del otro lado –el del sector privado—no solo hay víctimas. Hay gente que ha ganado mucho dinero con la inestabilidad del país, cuyas conductas no siempre han sido ni patrióticas ni eficientes, y que reclaman de un ajuste ortodoxo mientras disfrutan, o han disfrutado, de subsidios gigantescos. Un ejemplo es lo que sucedió esta semana en Idea: la respuesta al gesto presidencial fue desconfiada, escéptica y, por momentos, agresiva. El “muro” del coloquio de Idea es un autorretrato, por decirlo de manera educada, muy autocomplaciente. ¿De dónde creerá esta gente que tienen derecho al tono de superioridad moral e intelectual? Desandar largos años de incomprensión va a ser difícil y costoso para cualquiera que, a ambos lados del conflicto, lo intente.

El tercer problema es más complicado aún. Las medidas tienen que ser acertadas. El 15 de septiembre, el Banco Central impuso un endurecimiento del cepo para frenar el drenaje de reservas y depósitos y achicar la brecha entre los distintos precios del dólar. La medida fue discutida en público durante el mes previo a su concreción, con lo cual se incrementó la corrida. Los resultados fueron exactamente los opuestos a los buscados: más brecha, más caída de reservas y depósitos, más inestabilidad. Esas erratas conspiran contra cualquier construcción posible.

Y, por si fuera poco, no hay tiempo. No está claro que el Gobierno decida de verdad iniciar un proceso de relaciones razonables con el sector privado. Tampoco que logre en ese intento disciplinar a la mayoría del Frente de Todos. Menos aún que encuentre interlocutores del otro lado ni que acierte con las medidas. Pero aun si logra todo eso, no es seguro que consiga frenar la corrida contra el peso a tiempo, para evitar la espiralización de las peores variables. Argentina atraviesa uno de los peores momentos de su historia.

La manera en que enfrentó la pandemia puede haber tenido muchos méritos al comienzo, pero los resultados finales son dramáticos. La situación social es desesperante. Las cosas deberían mejorar con la post pandemia pero, si no se controla la corrida, pueden ser aún peores.

La Argentina no necesita a Alberto Fernández: necesita a Mandrake.

Así dijo el año pasado, antes de la pandemia, Pepe Mujica.

No es seguro que Mandrake sea suficiente.

Pero el que está es Alberto Fernández y, hasta donde se sabe, no sabe hacer magia.

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