Se cumplían 32 años exactos del desastre natural de 1985 y el comodorense estuvo presente ese 19 de septiembre en donde la Ciudad de México registró un temblor de 7.1 en la escala de Ritcher.
Agustín Koroluk tiene 29 años, es nacido y criado en Comodoro Rivadavia y una vez que finalizó su tecnicatura como relacionista público, decidió viajar a tierras aztecas para trabajar como modelo. En su segunda etapa viviendo en México, siendo que en 2014 ya había estado ahí, vivió en carne propia algo que podría haber terminado con su vida. En una entrevista con El Comodorense, «Agus» nos cuenta su experiencia.
“Había llegado hace muy poco tiempo de un casting, estuve un rato acostado para luego hacer el almuerzo. De ahí vi que se empezó a mover el edificio, que tiene más o menos 60 o 70 años, y supuse que era por el caos del tránsito porque muchas veces hacen vibrar todo. Cuando vi que las lámparas y los muebles se movían, como también la caída de cosas, pensé que era algo bastante áspero”, relata el modelo internacional que también ejerce como licenciado en relaciones públicas.
Continuando con su testimonio, “Agus”, agrega: “bajé por las escaleras a toda velocidad, que es lo que te recomiendan en caso de sismos, nunca te sugieren que uses el ascensor. Mientras bajaba, me crucé a todos los vecinos y logramos salir al bulevar que estaba en frente. El terremoto duró uno o dos minutos, se hizo eterno vivirlo”, dice, recordando el terrorífico momento.
Una vez en afuera del edificio, nos cuenta que todos los vecinos del mismo estaban en la misma zona reunidos al igual que con los comerciantes del barrio. “Mis compañeros de residencia estaban en un casting y volvían más tarde”, agrega, indicando que pasó un pésimo momento en un estado casi de soledad. “En cuestión de 15 minutos estábamos viendo si podíamos reingresar al edificio. Según el tipo de estructura, se recomendaba no entrar por miedo a que los cimientos queden debilitados y se produzca un derrumbe”.
Como si fuera una de esas películas donde hay que reaccionar rápido para evitar lo peor, Agustín rememora cómo estaba mentalmente mientras salía disparando a un lugar seguro. “Solamente pensaba en salvar mi vida y salir urgentemente. Cuando tiembla, uno no sabe si va a ser suave o muy fuerte… Normalmente cuando hay temblores en México suenan unas bocinas que producen un ruido característico de la alerta sísmica. Esto le avisa a la gente que salga de su casa en tiempo y forma para poder salvarse. Esa mañana, la alarma no sonó, me terminé enterando porque el edificio se estaba sacudiendo”, remarca, con la sorpresa de que los dispositivos que dan el aviso de terremotos justo en ese momento no estaban funcionando.
“Fue el primer terremoto que experimenté, previamente había sentido sismos. A los dos días de sufrir este, volvió a ocurrir un temblor a la mañana durante un fin de semana. El terremoto fue muy fuerte e increíble porque uno pisaba la calle y sentía como si todo fuera un samba. En ese momento uno no piensa y le nace el instinto de supervivencia que le dice ‘ponete a resguardo’”, explica el nacido y criado en nuestra localidad.
Las casualidades existen y es porque justo en ese 19 de septiembre de 2017 se cumplían 32 años del terremoto más fuerte que sintió el país. La escala de Ritcher había marcado 8.1, generando una tremenda cantidad de muertos y destrozos a muy pocos meses del inicio de la Copa del Mundo de 1986. “Fue muy destructivo y dejó muchísimos muertos, como también daños muy importantes”, explica. Y continúa con su inolvidable experiencia: “el que sufrí sepultó un jardín de infantes con nenes adentro, causó destrozos en un montón de pueblos y hasta reactivó un volcán en una ciudad llamada Acatzingo de Hidalgo”.
Según cifras oficiales del gobierno mexicano, 369 personas murieron y miles de personas quedaron damnificadas. Además, se produjeron muchos daños materiales en edificios y comercios. Ciudad de México fue la más afectada por el temblor en cuanto a fatalidades donde 228 personas perdieron su vida.
Y momentos después surgió la preocupación de su familia, que al ver que los portales de dicho país anunciaban un fortísimo temblor en la capital, pensaron instantáneamente en él. Al respecto, y viendo que no pudo contactarse con ellos, señala: “la mayoría de las comunicaciones se cortan, desde internet hasta el 3G y 4G. Ellos sintieron impotencia al sentir que estaba lejos, incomunicado y sin posibilidad de hablar conmigo para saber si me había pasado algo”, cuenta.
No solamente fue quedarse con el susto de semejante hecho que podría haber terminado mal en lo personal como ocurrió en el previamente mencionado en la década del 80. Junto a un equipo, Agustín afirma haber ayudado a personas de una ciudad cercana a un volcán que padecían las consecuencias del terremoto. “Llevamos donaciones a la gente de una ciudad junto a unos amigos para asistirlos, en ese pueblo se había iniciado la actividad volcánica. Salía mucha ceniza y el aire era irrespirable, la gente de ese pueblo tuvo que evacuarse y los pocos que quedaron lo hicieron porque iban a quedarse en la nada”, dice.
Al ver que “Agus” y sus amigos hicieron un gran trabajo humano, nos comenta que la gente les agradeció mucho siendo que estaban muy alarmados y con miedo de que el volcán entre en actividad. “Estaban todos muy asustados y durante esa tarde vimos grupos de vecinos enteros haciendo ollas comunitarias para que puedan comer. Otros ayudaban a remover los escombros y reforzar los cimientos de su casa”, agrega. Y define: “muchas personas decidieron quedarse para no perder sus cosas y otros se fueron del pueblo. Entre el terremoto y la actividad volcánica era demasiado inseguro para continuar en ese lugar”.
Más allá de lo sufrido en la capital azteca, Agustín Koroluk concluye: “volvería a México a pesar de esto, es un país hermoso con gente muy buena y cálida. Enseguida te hacen sentir parte del lugar, es excelente vivir ahí”, cierra, elogiando a los ciudadanos mexicanos que lo trataron como si fuera uno más de ellos.