Valentina iba al colegio en su Santa Fe natal, hacía baile y mantenía una rutina. Su día a día era como el de cualquier adolescente de 15 años que está saliendo a la vida y descubriendo su independencia. Pero de repente un dolor en la pierna rompió con todo lo que había establecido hasta el momento.
Un tumor, un cambio de vida, de ciudad y hasta de visión de la realidad modificó todo lo que la rodeaba. Valen salió adelante y a partir de ello sostiene que el acompañamiento de gente que transita por el mismo proceso durante ese tiempo fue fundamental.
También fue fundamental la mirada de la gente y la de ver los efectos que el cáncer deja en el cuerpo.
Por eso, luego de siete años de aquella lucha, abandonó su sueño de ser bailarina para romper con la estigmatización de la enfermedad. Está a punto de recibirse de médica para devolver un poco de todo ese amor que recibió durante su tratamiento, pero también para concientizar de que el ojo ajeno muchas veces puede ser mucho más doloroso que una palabra.
Un golpe duro y un cambio de vida
“En ese momento hacía baile coreográfico y de un día para el otro se me empezó a hinchar la pierna, la tenía muy inflamada, caliente y me dolía un montón”. Ese fue el comienzo de toda su lucha que, asegura, cambió completamente su manera de mirar la vida.
“El traumatólogo creía que era una lesión por el baile, hice rehabilitación, me hicieron radiografías y no salía nada, pero no me calmaba. En ese momento el médico me derivó al Hospital Italiano de Buenos Aires para que hagan una biopsia y vea lo que tenía”, contó la joven a TN.
Aun sin que ni siquiera pase por su cabeza el diagnóstico que le esperaba, emprendió viaje con sus papás. “Estábamos en la parte de oncología pediátrica, pero no tenía idea lo que significaba, pensaba que estaba en una guardia común”, recordó.
Y finalmente llegó el resultado. “La oncóloga me dijo que tenía un tumor maligno, un sarcoma de ewing, pero nunca jamás en el hospital se mencionó la palabra cáncer, sino que se habló del tipo de tumor por la connotación de esa palabra. Yo no caía”, explicó.
Pese al complejo resultado, algo la hizo pisar tierra: el pelo. “Empecé a llorar cuando me contó las consecuencias de las quimios, pero sobre todo cuando me dijo que se me iba a caer el pelo. Era algo tan banal, pero que me costó muchísimo asimilar”, contó. Es que para ella, que en ese momento era una adolescente, la mirada del otro le pesaba.
Ahí comenzó un largo proceso en el que lo primero que tenía que hacer era mudarse, abandonar su ciudad y habitar un nuevo hogar. Así llegó a la Casa Ronald que la gran cadena de comida rápida tiene en la Ciudad de Buenos Aires. Ello, asegura Valen, fue crucial en su tratamiento.
“Éramos 30 familias que compartíamos distintos tipos de enfermedades, de todos lados. Gente de Neuquén, Tucumán, Venezuela. Personas que se tienen que alejar de su casa por mucho tiempo. Pero agradezco a Dios haber estado ahí porque si me quedaba en otro lado hubiese sido distinto”, señaló.
Transitar la enfermedad acompañada por familias que estaban atravesando la misma situación, padres que compartían el dolor de ver a sus hijos así fue una pieza clave para juntar fuerzas y seguir. “El tema de la comida también te facilitaba muchas cosas cuando no tenías y además pude seguir la escuela domiciliaria y no perdí el año. Hacía muchos talleres y actividades que ayudaban a mantener la mente ocupada”, destacó.
Una pérdida enorme y una noticia devastadora
Con el correr del tiempo Valen fue haciendo amigos dentro de la casa que se alegraban de sus mejoras y lloraban con ella en los momentos tristes. Es por esa que en esa gran familia había un quiebre cuando alguno de ellos perdía la vida. “Las amistades que perdí siguen doliendo. Todo trasciende más allá de todo lo que pasas. Nacho era un gran amigo que perdí en el camino y todavía me cuesta mucho hablar de él”, contó.
Con el correr de los meses y los ciclos de quimios llegó el trasplante óseo de la tibia derecha. La cirugía salió perfecta, pero recién comenzaba una parte fundamental: aprender a caminar nuevamente. “Ya no sabía cómo caminar. Ese fue el momento más duro, levantarme todos los días para ir al kinesiólogo. Yo le daba señales a mi pierna y no se movía, me costó mucho”, detalló la joven y agregó en medio tuvo que seguir con las quimios para barrer células malas que podían haber quedado.
Pero aunque durante el tratamiento pudo atravesarlo acompañada y con positivismo, hubo momentos muy duros, que, asegura, la marcaron. “Yo usaba pañuelo y salía a la calle. La gente obviamente mira y el cáncer se exterioriza, no es como otras enfermedades que llevas, pero que no se ven y entonces nadie te juzga. Con el cáncer la gente te mira y se horroriza. Esos fueron los momentos que me chocaron y que me hicieron realmente mal. Por eso la casita era un refugio, porque todos estábamos en igualdad de condiciones”, destacó.
Es por eso que luego de curarse, Valen repensó su vida. “Después de lo que pasé me propuse cambiar la mirada de la sociedad con respecto al cáncer. Muchas veces se piensa que eso es igual a muerte, pero somos muchísimos los que salimos adelante”.
“Para mí fue clave fijarme metas a corto plazo, entender que una no es sola la enfermedad que se está pasando, no encerrarse que una es solo un paciente y nada más, eso me ayudó a llevar adelante el tratamiento”, insistió. Y con las quimios finalizadas llegó la hora de volver a casa.
En Santa Fe la esperaba el resto de su familia y sus amigos. Allí continuó haciendo rehabilitación, empezó a caminar y en quinto año se fue a Bariloche, pero al poco tiempo una noticia demoledora la golpeó.
“A mi mamá le detectaron cáncer de mama y gracias a Dios fue agarrado a tiempo por unos controles anuales. La oncóloga le dijo que eso que estaba pasando era toda la consecuencia y la carga de haberlo pasado conmigo, su cuerpo se manifestó así, pero pudo pasarlo”, recordó. “Con ella la relación mutó, hoy no podría vivir sin mi mamá”, agregó.
Una manera de devolver el amor
Cuando terminó el colegio, Valen arrancó a estudiar psicología. Cursó dos años y dejó para dedicarse a su pasión. “Arranqué medicina, sin pensar en ese momento en lo que me pasó. Siempre me apasionó el cuerpo humano, pero sumado a eso el haber pasado lo que pasé me dio muchas herramientas al momento de estar con los pacientes”, explicó.
Y ese fue su motor para continuar: “Hoy quiero ayudar a los pacientes y devolver un poco lo que los médicos me dieron a mí. Ayudarlos en el rol como médica, pero ir más allá de la consulta, como lo hicieron conmigo, el contacto más directo, el amor, no dejarlo todo en lo puramente médico porque tuve doctoras que fueron así conmigo”.
“Después de que me curé mucha gente me decía que fue un mal sueño, que ya está, que ya pasó y la realidad es que no pasó. Yo no voy a olvidarme porque lo que yo maduré emocionalmente fue mucho. En cierto punto me pongo a pensar que tuve un tránsito de la enfermedad súper bueno, súper bien, las cosas que me iban a pasar por las quimios me pasaron, pero más allá de eso salió todo bien. Hoy incluso agradezco haber pasado como la pasé porque siento que fui una privilegiada”, completó.