A 40 años del parricidio de los Schoklender: Incesto, odio a la madre y un enigmático pacto de silencio

El 30 de mayo de 1981, en un departamento de Belgrano, fueron asesinados Mauricio Schoklender y Cristina Silva. Por el doble crimen fueron condenados sus hijos Sergio y Pablo. Los hermanos Sergio y Pablo Schoklender hablan con…

domingo 30/05/2021 - 14:56
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El 30 de mayo de 1981, en un departamento de Belgrano, fueron asesinados Mauricio Schoklender y Cristina Silva. Por el doble crimen fueron condenados sus hijos Sergio y Pablo.

Los hermanos Sergio y Pablo Schoklender hablan con sus novias. No se oye lo que dicen. Hacen gestos y sonríen. Son jóvenes de veinte años. En el fondo, sentados a una mesa sin objetos -como extras mal ubicados y ajenos a lo que ocurre- están sus padres Mauricio y Cristina. Serios, inmóviles y callados.

Como si no existieran. Toda la escena parece de una película muda en colores.

Sergio y Pablo tuvieron el mismo sueño (imposible saber si fue la misma noche), con leves diferencias, 40 años después de la noche en que, según la Justicia, mataron a sus padres. Además del asesinato, ese sueño (que no se contaron entre ellos) es lo único que los une.

Sergio y Pablo Schoklender. Según la justicia, mataron a sus padres el 3 de febrero de 1980

Están enemistados. No se sabe por qué. Y la reconciliación pareciera ser algo que está lejos de ocurrir.

Cuando ocurrió el parricidio, Pablo consideraba a Sergio como un padre. Alguien con quien podía, lo dejó por escrito, hasta comunicarse telepáticamente. Algo pasó para que ahora estén distanciados.

Ninguno de los dos lo dice. Como si la muerte los hubiese unido. Y la vida, separado.

Y entre la muerte y la vida, ese pacto de silencio que abarca mucho más que el día que Cristina Silvia y su marido, el ingeniero Mauricio Schoklender, fueron golpeados con una barra de acero y ahorcados en el departamento donde vivía la familia, en el cuarto piso de 3 de Febrero 1480, en Belgrano.

Cristina y Mauricio Schoklender, los padres asesinados.

En estos 40 años, los hermanos nunca quisieron hablar de lo que pasó la noche de los crímenes. En todas las entrevistas que dio, Sergio esquivó el tema siempre o se mantuvo callado.

-¿Se cumplen 40 años? A veces sueño con mis padres. ¿Pero 40 años? ¿Saben lo que son 40 años en la vida de una persona? Pasa de todo. Hasta el mundo cambia. Y yo hice muchas cosas en mi vida -le dijo Sergio a Infobae.

Y siguió:

-Pero bueno, eso no lo puedo manejar. Todos quieren saber del morbo. ¿Y qué puedo decir de eso? Y que sé yo. Nada. La versión oficial, la Justicia decidió que yo era culpable, y como se dice siempre: “Hay que creer en la Justicia”.

-¿Usted cree en la Justicia?

-No.

La Justicia, que al final condenó a perpetua a los hermanos, determinó que la noche del 30 de mayo de 1981, Sergio festejó sus 23 años con sus padres y su hermana en un restaurante de la Costanera. Pablo no estuvo porque estaba distanciado de sus padres. Se cree que mientras ocurría el festejo, Pablo entró en la casa y esperó escondido en el placard de la habitación de su hermano. Cuando sus padres llegaron y se acostaron, habló con Sergio en el living hasta que en un momento apareció su madre. Usaron un fierro de 30 centímetros para golpearla en la cabeza. Una vez desvanecida, la ahorcaron. Luego hicieron lo mismo con su padre, que dormía en su cuarto.

Hallazgo y conmoción

El doble crimen fue descubierto a la mañana siguiente por unos niños que jugaban en Coronel Díaz, entre Pacheco de Melo y Peña, frente al Parque las Heras, cuando vieron que del baúl de un Dodge Polara metalizado oscuro -que resultó ser del padre de los Schoklender- salía un hilo de sangre.

Asustados, fueron a decirles a sus padres, que llamaron a la Comisaría 21°.

Poco después llegaron cinco patrulleros, tres grúas y dos camiones de bomberos. El lugar fue cercado para evitar el acceso de periodistas y fotógrafos, aunque algunos de ellos pudieron pasar con astucia y sin ser descubiertos.

En el baúl hallaron los cuerpos de Mauricio Schoklender y su esposa Cristina Silva. Estaban envueltos en sábanas y sus cabezas cubiertas con toallas y bolsas de residuos.

El juez de la causa, Juan Carlos Fontenla, admitió que en un principio no se sospechó de los hermanos, que después de los asesinatos huyeron a Mar del Plata. “La Policía llamó a la casa de los Schoklender para decir que había ocurrido un accidente, atendió uno de los hermanos y dijo que iba ir hacia el lugar, pero nunca apareció”, contó el por entonces juez.

El Dodge Polara donde los hermanos guardaron los cuerpos. Unos chicos notaron que del baúl caía un hilo de sangre y así fue descubierto el crimen.

Con el correr de las horas, las caras de Sergio, 23 años, y Pablo, 20, estaban en todos los diarios y revistas del país.

Su hermana menor, Valeria, fue interrogada por la Policía (que por entonces tenía esa facultad) y quedó fuera de sospecha. Al poco tiempo se cambió el apellido y no volvió a ver a sus hermanos.

La sociedad siguió el caso conmovida. Era el año de la frase “el que apuesta al dólar pierde” (de Lorenzo Sigaut), del Boca de Diego Maradona y del éxito de la novela Herencia de amor, protagonizada por Pablo Alarcón y María de los Ángeles Medrano, de la histórica visita de Frank Sinatra a la Argentina de la mano de Ramón Palito Ortega. El año del atentado fallido contra el Papa Juan Pablo II a manos del turco Alí Agca.

Pablo Schoklender fue detenido sobre la ruta 2 a la altura de Vivoratá tras intentar huir a caballo

Mauricio Schoklender era gerente de la firma alemana Pittsburg, señalada como la intermediaria de la empresa alemana Thyssem-Hanschel en la venta de un submarino nuclear y diez aviones a Augusto Pinochet. En ese entonces recrudecía el conflicto por el Beagle entre la Argentina y Chile.

Es más, Scholkender también habría sido la conexión entre uno de los verdugos de la última dictadura militar argentina, Emilio Massera, con quien se habría reunido en el hotel Sheraton en 1978, y la firma alemana. Según la versión, Massera encargó a Thyssem cinco fragatas misilísticas, que resultaban más caras que las ofrecidas por los ingleses.

El traslado de Pablo Schoklender tras ser detenido.

Los Schoklender eran una familia de clase media acomodada. Habían vivido en Tandil, donde se casaron el 7 de julio de 1955. Allí nacieron sus hijos, hasta que decidieron radicarse en Buenos Aires porque Mauricio había recibido una oferta de Pittsburg.

Cristina era una mujer histriónica. Le gustaba leer (a sus hijos les inculcaba leer los clásicos de la literatura universal) y había estudiado danza y teatro.

Su primer hijo, Sergio, llegó al mundo el 30 de mayo de 1958.

Hay fechas que nacen como dicha y reaparecen como tragedia: un 30 de mayo, el día que dio a luz a un hijo, esa mujer iba a ser asesinada. Según la Policía y la Justicia, por su propio hijo.

Sergio Schoklender fue detenido en Tucumán poco después que su hermano

El libro Yo fui testigo, de Ricardo Halac y de Cernadas Lamadrid, lo simboliza en este fragmento:

“La leyenda negra de la familia crecía por minutos: madre alcohólica, drogadicta, sensual, descarriada, libidinosa, padre homosexual. Pablo con problemas de conducta desde la infancia. Triángulo amoroso entre los mencionados”.

En un libro prologado por Enrique Sdrech y titulado Esta es mi verdad, Sergio Schoklender habló sobre “las desviaciones” de sus padres. Contó que su madre tomaba anfetaminas, se emborrachaba y acosaba a Pablo, además de tener amantes, mientras que su padre -según creía él- salía con su secretario. “Eso llevó a que más de una vez mi padre llorara porque mi madre, alcoholizada, lo humillaba y le gritaba homosexual”, contó.

Sobre los crímenes, relató: “Vi a tres hombres sujetando a Pablo, me tropecé con un bulto que resultó ser mi madre. El tipo que hablaba castellano, y era (Aníbal) Gordon, alias Joaquín, me dice: ‘No tenemos nada contra ustedes, sólo cumplimos órdenes. Sabías que esto tenía que ocurrir y por qué. Tu hermana está a salvo, sólo rociamos con gas para que durmiera. Lo mejor es que siempre guarden silencio’. A mi hermano Pablo se lo llevaron de rehén. Mi padre tenía enemigos poderosos, que pertenecen a la más tenebrosa organización que pueda imaginarse”.

El caso ocupó la tapa de todos los medios argentinos.

Para Sergio, el primer aviso ocurrió dos semanas antes del doble crimen, cuando hubo un incendio en el dormitorio donde dormía el matrimonio. Pero ese hecho fue adjudicado a Pablo. Por ese motivo sus padres lo echaron de la casa y se fue a vivir a un hotel céntrico.

La revista Gente del 11 de junio de 1981, elabora una hipótesis sobre el móvil: “Una de las sospechas es que Cristina Silva de Schoklender mantenía relaciones incestuosas con Pablo y su alcoholismo afectaba a toda la familia. Que los hermanos habrían decidido poner fin a esa situación asesinando a sus padres. Que planearon esos crímenes hace dos años”.

En su libro, Sergio lanza una teoría de los crímenes. Acusa a un golpe comando integrado por sicarios brasileños y vincula a su padre con el tráfico de armas a través de la empresa alemana para la que trabajaba, que hacía negocios con la dictadura militar argentina.

Los escabrosos detalles que se fueron conociendo a medida que avanzaba la investigación tenía en vilo a todas las audiencias.

Además relata que poco tiempo antes de los asesinatos fue secuestrado por unos desconocidos que lo encapucharon, lo subieron a un auto y además de golpearlo, lo torturaron. “Me pedían la libretita de mi padre, no sabía de qué me hablaban. Luego me dijeron que lo iban a reventar si no entregaba información. Supe que mi padre andaba en algo turbio, quizá en la venta ilegal de armas”.

Tiempo después, uno de los presuntos sicarios señalados por Schoklender, Jozemar Becerra, declaró a O’Globo de Brasil ser el asesino. “Tengo contactos con la venta de armas y con la marina de Brasil. Me contactó el señor Joaquín”.

Schoklender aportó a la Justicia el nombre del otro presunto matador: Ludovico Guedes Menezes, “otro asesino pesado”. Pero esa pista se desvaneció.

Para la Justicia fueron “fantasías” de Sergio.

La tapa de la revista GENTE del caso Schoklender. Fue uno de los medios que más siguió las historias de los protagonistas

La fuga de película

Mientras los hermanos estaban prófugos, los diarios y las revistas los llamaban “chacales en las sombras”, “siniestros parricidas” o “hienas desalmadas” capaces de matar a sus propios padres.

Esos días, los Schoklender parecían inmersos en un western con final abierto. Dieron vueltas por la ciudad, en el otro auto familiar, fueron a cenar a un restaurante de la calle Montevideo y a la madrugada decidieron alquilar un taxi hacia Mar del Plata. Allí fueron al Gran Hotel Dora, cerca del centro, se bajó Pablo y, con identidad falsa (Pablo Fogel) pidió una habitación doble.

Mientras tanto, Sergio fue al aeroclub a intentar alquilar una avioneta bimotor, pero no estaba el dueño. Volvió al hotel, ocupó la habitación de Pablo y juntos leyeron los diarios. “Hallaron asesinados a un industrial y a su esposa en el baúl de un auto”, era uno de los títulos de tapa.

Al otro día, Sergio descartó huir en avioneta porque el dueño le dijo que obligatoriamente debían pasar por la Aduana. Los hermanos no se desanimaron. Pensaron un plan extraño y delirante: citaron en el hotel al publicista Abraham Vininsky. Le dijeron que representan a la industria Náutica Volser y que querían lanzar al mercado una nueva línea de lanchas. Necesitaban con suma urgencia cuatro modelos, dos hombres y dos mujeres. Y la idea es organizar una cena para 300 personas para exhibir las lanchas y ejecutar un plan publicitario. Pero al otro día, cuando el publicista fue al hotel con los modelos, los hermanos se habían separado. Ya era difícil mantenerse juntos: sus caras e identidades estaban en todos los medios.

Sergio compró un caballo y Pablo fue a comprar pasaje de tren porque pensaba irse por el norte. De casualidad se encontraron en la peatonal San Martín, se mezclaron con la muchedumbre (nadie los reconoció pese a ser los hombres más buscados del país) y cada uno siguió su rumbo.

Sergio pasó la noche en un hotel alojamiento llamado “Somos dos”, situado en la ruta, en las afueras de Mar del Plata, con una mujer que le consiguió un taxista. Una versión es que tuvo sexo toda la noche. La otra es que sólo la usó para pasar la noche en un lugar alejado y estaba tan cansado que se quedó dormido. Al otro día compró ropa de gaucho, botas de montar y un caballo.

Desde Camet fue hasta la localidad de Cobo, a unos 30 kilómetros de Mar del Plata, como un forastero de un Western de Sergio Leone.

Entró en el Viejo Almacén, tomó de más y habló de los crímenes de sus padres. Entre el dueño del local y su empleado, lo golpearon, lo amordazaron y lo maniataron. Terminó encerrado en un galpón.

Cada tanto le sacaban la mordaza y lo interrogaban, como si fueran policías.

-¿Carajo, pibe, por qué mataste a tus viejos?

Se turnaban para cuidarlo mientras uno de ellos fue a la ruta 2 a ver si pasaba algún patrullero. Se descuidaron y Schoklender logró escapar. “Cosa de mandinga, este es Houdini”, se sorprendió el cantinero.

Schoklender abandonó el caballo y su arma. Pasó la noche cerca de un puente, al costado del arroyo Vivorata. No tenía fuerzas. Se levantó y fue a la ruta a hacer dedo. Pero el único auto que se detuvo y lo subió fue un patrullero.

-Es como una criatura atormentada, podría ser mi hijo —dijo uno de los policías que lo detiene.

Su hermano fue detenido dos días después en Tucumán. Aunque no se había puesto de acuerdo con Sergio, Pablo también compró un caballo para huir. Pensaba llegar a Bolivia.

La revista Gente, que cubrió el caso como nadie, destinó a media redacción a obtener los secretos de un caso fascinante. Hasta descubrieron cómo había fugado Schoklender. El encargado del local no podía creerlo.

Hasta que un peón le dio la solución: se agachó y se arrastró como una víbora entre los altos pastizales. “Como si se lo hubiese tragado la faz de la tierra”. El encargado razonó: “Ese pibe es raro, nos dijo que quería llegar a caballo a los Estados Unidos y que iba a tardar tres meses, pero ni sombrero llevaba”.

Pablo en el cementerio de la Chacarita en 1985, cuando fue a visitar la tumba de sus padres acompañado por el padre Cordero

Más allá de la culpabilidad o no de los Schoklender, el caso sigue envuelto en el misterio. El 30 de julio de 1981, el The Buenos Aires Herald analizó:

“¿Mauricio Schoklender era un ingeniero industrial o un fabricante de armas? Si esta última posición es verdadera, el círculo de asesinos en potencia se ampliaría considerablemente. Quizá sus hijos fueron víctimas de una oscura maquinación. Por qué razón dos jóvenes de clase media con abundante dinero a su disposición y conocedores de la costumbres mundanas, cometerían con tanta torpeza un asesinato que, de ser ciertas las estremecedoras revelaciones sobre la intimidad de los Schoklender, debían ir urdiendo desde tiempo atrás, para después deshacerse de los cadáveres con cierta chapucería”

En su edición del 13 de julio de 1983, la revista Quórum fue determinante: “Dos semanas del homicidio de Shocklender, otro gerente de su empresa, Julio José de la Hera, cayó de la terraza de su casa. ¿Accidente, suicidio o crimen? Por otro lado, la autopsia de los Schoklender reveló la presencia de plancton en los pulmones. Este micoorganismo sólo entra en los pulmones cuando alguien se ahoga en el mar o en el río. Un periodista de Radiolandia 2000 entrevista en la cárcel a un sicario brasileño llamado Jozemar Becerra de Mendonza, que confesó haber matado a los Schoklender. Los hijos del matrimonio Schoklender son inocentes. Han sido amenazados de muerte y no saben cómo actuar. Los asesinos quedaron impunes”.

Tanto Sergio como Pablo Schoklender no hablan de los asesinatos de sus padres. Como si a la condena aplicada por la Justicia hubiera otra que se dictaron ellos mismos. Un pacto de silencio que invulnerable hoy cumple 40 años.

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